 BOGOTÁ. La devoción metalera  se dió al máximo.
BOGOTÁ. La devoción metalera  se dió al máximo. 
  Más de  cuatro mil personas llenaron las localidades del Palacio de los Deportes en un  mar compacto de cabezas negras cuando el grupo salió a escena, y en adelante  iba a ser una seguidilla de canciones reconocidas, gritadas a voz en cuello y  bailadas a empellones por la audiencia. “Mandatory suicide”, “Dead skin mask”,  “Hell awaits” fueron canciones que transformaron el palacio en algo parecido a  un campo de batalla, con movimiento de tropas y bengalas entre el ruido  atronador.
  SLAYER es  también una muestra de vieja escuela metalera fiel en vivo, con letras sobre  Dios, guerra, muerte y devastación al son de una música desencadenada pero  enmarcada en límites claros: un cantante que emplea el alarido gutural al  servicio de una métrica veloz y esquemática, dos guitarras acrobáticas pero  demoledoras en manos de Kerry King y Jeff Hanneman y una batería que a menudo  se embarca en los más veloces pulsos del hardcore.
 De hecho,  un solo solo de batería de Dave Lombardo es toda una declaración de  principios: son apenas segundos, pero es un martilleo de doble bombo a extrema  velocidad que se transformó en uno de los mayores estímulos de la noche. Eso  ocurrió en la última canción, “Hell awaits”, razonablemente dejada para el  final, porque su ritmo acelerado y endemoniado fue la conclusión más cabal del  poderío de SLAYER. No hubo bises ni palabras emotivas. Tom Araya salió al final  a retratar a la audiencia desde el escenario con su cámara portátil y su  despedida fue escueta, en inglés y envuelto en una bandera tricolor: “Thank you  very very fucking much”.
 De hecho,  un solo solo de batería de Dave Lombardo es toda una declaración de  principios: son apenas segundos, pero es un martilleo de doble bombo a extrema  velocidad que se transformó en uno de los mayores estímulos de la noche. Eso  ocurrió en la última canción, “Hell awaits”, razonablemente dejada para el  final, porque su ritmo acelerado y endemoniado fue la conclusión más cabal del  poderío de SLAYER. No hubo bises ni palabras emotivas. Tom Araya salió al final  a retratar a la audiencia desde el escenario con su cámara portátil y su  despedida fue escueta, en inglés y envuelto en una bandera tricolor: “Thank you  very very fucking much”. 
  Las canas de la sabiduría del  metal serán recordadas por todos esos colombianos privilegiados que pudieron  llevarse a casa el recuerdo de uno de los mejores conciertos de metal en toda  la historia con la banda SLAYER. 
  Bogotá alucinó con el ángel  de la muerte y el comportamiento fue ejemplar. Es así como se maneja la  información por parte de algunos organizadores que para febrero de 2007 la  banda más anhelada de todos los tiempos podría llegar a nuestro país: IRON  MAIDEN EN VIVO. Esperemos que esta vez sí para hacer realidad otro gran sueño. Anónimo.
  Anónimo.

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